viernes, 14 de marzo de 2008

Carácter sistémico del cuerpo humano. Así lo explica Leonardo Polo

Pego aquí un texto de Leonardo Polo que, muchos de vosotros podréis estudiar en Psicopedagogía. Corresponde al libro "Quién es el hombre". El texto completo lo podéis encontrar en la web.

Las manos

Los descubrimientos son posibles porque el hombre tiene un cuerpo muy especial. Los antropólogos subrayan que el hombre es un ser con manos. Como ya advirtió Aristóteles, las manos son importantes: tan importantes que son una condición de la inteligencia práctica. Pero la mano no es algo preexistente, propio del alma uránica, sino una característica del cuerpo humano que le distingue del resto de los animales.


El hombre es bípedo. Los escolásticos decían, un poco en broma, que el hombre es el bípedo implume. Esta característica no se explica analíticamente. ¿Cómo se pasa del cuadrúpedo al bípedo? La correlación de factores necesaria para dar ese paso no se explica analíticamente: hay que acudir a un planteamiento sistemático o sistémico. Las explicaciones sistémicas son ensayos de comprensión de la correlación de factores distintos: al modificarse uno, se modifican los demás. La mano no es simplemente una pata evolucionada. Desde el punto de vista de la serie temporal, que es el tiempo que utiliza la teoría de la evolución, no se entienden las innovaciones complejas. La evolución es el modo de interpretar la temporalidad biológica desde el punto de vista de los cambios morfológicos. Pero el tiempo del hombre no es el tiempo evolutivo, porque las innovaciones complejas no se reducen a cambios morfológicos.

El hombre hace con las manos. Con esto basta para advertir que el cuerpo no es un estorbo: el ser con manos no es un alma encerrada en una tumba. La mano es un instrumento y, a la vez, el origen de la misma noción de instrumento. Posee también valor de símbolo. La mano alzada es un símbolo: es el saludo del nómada. Los nómadas tienen que verse a distancia; la mano diestra alzada desnuda significa ausencia de armas, renuncia a atacar. El hombre de ciudad usa otro saludo, también manual: darse la mano. Darse la mano significa lo mismo, pero en proximidad: si te doy la mano, es que estoy dispuesto a no atacarte. Es el símbolo de la paz.

En rigor, la mano tiene respecto de la conducta tanto valor simbólico como el rostro. Porque el hombre es un animal con rostro, no un animal con hocico (la diferencia es enorme). Pero las manos y la cara son correlativos. El bipedismo es la diferencia funcional de un par de extremidades, que quedan libres de la tarea de andar. El bipedismo es la liberación de la mano; la liberación de la mano es la mano misma. Si hay hocico, no hay mano (con hocico, el animal se inclina, es cuadrúpedo). Sin cara no hay mano, y sin mano no hay cara. El rostro y la mano constituyen un sistema; el rostro es imposible sin las manos y las manos sin el rostro. Si las manos son simbólicas, el rostro es expresivo. La expresividad y lo simbólico son dos elementos sistémicos en estrecha relación. Sin símbolo, el gesto se inmovilizaría en rictus inexpresivo, cercano a la jeta del animal. De ahí la caricatura.

El vínculo de las manos con la cara ha sido averiguado al hilo de la consideración de la temporalidad humana, y de la discursión sobre el método analítico, que no es adecuado para entenderla. Con esto se comprueba que la invención de oportunidades es solución de necesidades sólo de un modo parcial o desde un punto de vista externo; sin la oportunidad el problema se resolvería de otra manera. Es un error pensar que el hombre inventa la flecha porque tiene necesidad de comer volátiles. El hombre inventa la flecha porque descubre la oportunidad en la rama. En todo caso, el hambre, la necesidad acuciante de comer, empujaría al hombre a intentar conseguir alimento; pensar cómo se hacen las flechas es otra cosa. No es acertado explicar al hombre desde sus necesidades. Ocurre al contrario: más bien el hombre inventa necesidades. Al animal no se le ocurre comer la carne cocinada: la carne no lo dice, pues se puede comer cruda. El único ser que descubre oportunidades en el fuego es el hombre.

Es obvio que cualquier explicación de tipo mecanicista es insuficiente para las cosas más elementalmente humanas, que son enormemente complicadas y ricas. Como contamos con ellas, no nos fijamos. Corresponde al filósofo pararse a pensar lo que se da por descontado o trivial, precisamente porque contamos con ello. Lo cierto es que contamos con oportunidades descubiertas por hombres que ya han muerto, y que nos las han dejado. Pero la misma dificultad que hoy experimentamos al tratar de inventar la experimentaron ellos; que lograran vencerla no comporta que aquellas dificultades fueran menores. Una prueba de esto es el hacha de sílex. Quizá nos parezca un instrumento primitivo y tosco. Pero formalizar la técnica que emplearon sus constructores no se ha conseguido todavía. Un hacha de sílex es una piedra con un filo. El filo no se obtuvo con una sierra ni con un abrasivo, sino dando golpes, arrancando lajas, que dejan concavidades en la piedra cuyos bordes alineados forman el filo. Cómo pueda hacerse eso es un problema no resuelto matemáticamente, y no hay máquina capaz de copiarlo.

El hombre primitivo tenía que apoyar la piedra en un sitio que absorbiera en parte el golpe, por ejemplo, arena o un almohadillado de hierba. Después golpeaba una y otra vez con un ángulo y una intensidad concretos, pues de ello dependía el tamaño de las lajas. La inteligencia conectada con la mano supo resolver este problema, no menos difícil que construir misiles. La inteligencia práctica se encuentra en la mano y descubre según la mano.

La apertura del tiempo humano hacia el futuro se designa bien con la palabra oportunidades (también podría decirse que el hombre actualiza potencialidades o posibilidades de distinta manera que el movimiento físico). Las observaciones expuestas han puesto de relieve muchas cosas importantes. Platón hablaba de la gran llanura de la verdad, llena de piezas; el filósofo se dedica a cazarlas, pero, como hay tantas, su tarea es inagotable. Recordando el trilema del barón, diremos que la discusividad no es asunto unívoco, o que el tiempo no es unívoco. Es evidente que el descubrimiento de posibilidades forma un discurso, aunque no desde una legalidad a priori. En una situación de época no se puede saber si alguien será capaz de hacer una lanza desde una rama. Saberlo sería incompatible con el modo de proceder de la inteligencia inventiva (sería una inteligencia mecánica). El hombre inventa. Es preferible que sea así.