miércoles, 13 de febrero de 2008

La educación de un ser biológicamente inviable

Leticia Bañares ISSA. Universidad de Navarra
Publicado en : “ANTROPOLOGÍA Y EDUCACIÓN”

1. El hombre un ser biológicamente inviable.
2. Mediación del conocimiento
en el animal y en el hombre.
3. El obrar sigue al ser
4. Comportamiento animal y conducta humana.
5. El hombre ¿aprendizaje o instinto?
6. La devaluación del ser humano.
7. Consecuencias de un modo de actuar empobrecido.

1. El hombre un ser biológicamente inviable
Al observar la vida y la diversidad de seres resulta evidente que los seres vivos .tienen algo en común pero también algo que les diferencia. En este sentido, es un lugar común en antropología referirse a una escala en los seres vivos. Como es sabi­do, tal clasificación se realiza, entre otros criterios, según la complejidad de las ope­raciones inmanentes" que cada ser vivo es capaz de realizar. Precisamente por este motivo algunos seres poseen una mayor autonomía, una unidad más profunda y un modo de alcanzar el propio desarrollo más complejo2.

Sin embargo, es también una tesis comúnmente admitida que el hombre, ocu­pando el lugar superior de esta escala, en su nacimiento resulta el peor dotado entre los seres vivos. Hasta tal punto que se puede decir con verdad que el ser humano es un ser biológicamente inviable. Es decir, «la naturaleza biológica humana no es viable al margen de la razón ni siquiera en el plano de la supervi­vencia biológica»3.

La inespecialización del cuerpo humano sólo se entiende unida a la racionali­dad del hombre. Con todo rigor se puede afirmar que en el hombre tan radical es su biología como su pensamiento. Esto se observa en diversas características de su organismo4.

Desde estas coordenadas se puede afirmar que la biología en el hombre está al servicio de sus funciones intelectivas. El cuerpo del ser humano es un cuerpo no especializado y está adaptado a la mente de tal forma que su configuración hace posible el ejercicio de la racionalidad.

2. Mediación del conocimiento en el animal y en el hombre
Los animales cuentan con un sistema perceptivo que les otorga una cierta auto­nomía en la satisfacción de sus necesidades básicas. Sus funciones vegetativas están mediadas por el conocimiento sensible, es decir, el animal gracias a su capacidad perceptiva controla de algún modo las operaciones que realiza pero estas acciones están ya programadas filogenéticamente. El animal no elige sus fines ni los medios para alcanzarlos. La conexión entre fines y medios en el animal pertenece a su dota­ción instintiva.

En el caso del hombre existen ciertos fines propios de la especie pero también es capaz de proponerse objetivos individualmente y, en cualquier caso es cada uno quien busca los medios para lograrlos. Es decir, así como en el animal no cabe la posibilidad de separar los medios de los fines —ya que unos y otros le vienen dados—, el hombre incluso en la consecución de los fines específico—vegetativos debe buscar los medios adecuados para su satisfacción. Tanto la búsqueda de los medios como la capacidad de darse a sí mismo fines y de llevarlos a la práctica supone la intervención del conocimiento intelectual y de la libertad.

En consecuencia, en la conducta humana está siempre presente la elección y el aprendizaje individual. De modo que en el ser humano la intervención del instinto está restringida, es mucho mayor la función del aprendizaje. Cuando el hombre decide, siempre está presente su inteligencia. En consecuencia, en el hombre no sólo se da una mediación5 del conocimiento en sus funciones vegetativas sino que su conducta está principiada por el conocimiento ya que no sólo interviene en ella sino que la origina.

3. El obrar sigue al ser
Desde estas coordenadas se entiende que —igual que en la vida animal no es posible prescindir del conocimiento sensible— resulte paradójico que el hombre, en ocasiones, pretenda actuar sin tener en cuenta su racionalidad. Es decir, ¿cómo un ser que biológicamente puede considerarse inviable o, lo que es lo mismo, un ser cuya existencia sin la intervención de la razón resulta implanteable desprecia aque­lla facultad que es condición sine qua non para su supervivencia?

Lo inconcebible es que el hombre sea capaz de plantearse un modo de proceder al margen de su actividad cognoscitiva y aventurarse a ello, aunque esto suponga una farsa que además va en detrimento de sí mismo. Para mostrar la incoherencia que supone compararemos los dos tipos de comportamientos: el animal y el humano.

4. Comportamiento animal y conducta humana
En primer lugar, es preciso hacer alusión a la distinción llevada a cabo por la antropología contemporánea entre medio y mundo. Jakob von Uexküll es el pri­mero en utilizar el término Umweit [medio] para referirse al «ambiente» o «peri-mundo» donde se desenvuelve el animal. «Perimundo» no es un concepto material sino que sería el conjunto de cualidades objetivas que tienen una significación vital para el animal, es decir, que son susceptibles de ser captadas por su organismo6. Es decir se utiliza la palabra medio para referirse al ámbito donde vive el animal, pero la cuestión es si el hombre se desarrolla también en un medio o perimundo, o si por el contrario es distinta su relación con el entorno. Fue Max Scheler quien dio la respuesta más acertada afirmando que el hombre está abierto al mundo _Weit—7 ya que el horizonte en el que se desarrolla el ser humano no es limita­do, pues el conocimiento del hombre no está prefijado de antemano sino que alcanza a todo lo real.

Desde esta perspectiva se pueden apreciar algunas diferencias entre la conduc­ta animal y la humana, pues la conducta de los seres vivos está estrechamente vin­culada a su capacidad cognoscitiva8:

1. Así, mientras el animal capta del exterior sólo aquellos estímulos que son relevantes para su autoconservación, la capacidad de percepciones en el hombre es potencialmente infinita. Es decir, el medio en el que se desen­vuelve el animal es restringido. Son muy pocos los estímulos que le llegan, ya que todos aquellos que no son relativos a su organismo son filtrados de modo que le resultan irrelevantes.

2. El animal tiene una dotación cognoscitiva muy simple y primitiva. De la realidad externa el animal sólo conoce las cosas en cuanto son para él nocivas o convenientes, y por supuesto esta valoración le viene dada por el instinto. En cambio, el hombre conoce la realidad independientemente de su situación orgánica y su estimación va más allá de la conveniencia concreta [por ejemplo el animal sólo conoce el agua en cuanto le sacia la sed].

3. Por último, el animal se rige por unas pautas de funcionamiento muy rígi­das de modo que la correspondencia entre estímulo y respuesta es, en algu­nos casos, una relación biunívoca y, en otros, algo más amplia a pesar de que el número de sus respuestas es limitado. En cambio, el hombre —en su comportamiento— no sigue ninguna pauta de conducta prefijada por su naturaleza y tampoco responde de un modo autómata ante los diversos estímulos. Ya hemos visto que su conducta está principiada por el conocimiento, de tal modo que es cada hombre y en cada circunstancia quien debe proyectar su modo de actuar; hasta el punto de que no es posible saber de antemano las reacciones de otros hombres. La conducta humana es total­mente impredecible.

5. El hombre ¿aprendizaje o instinto?
En el hombre no se puede hablar propiamente de instintos sino de tendencias9. Tales tendencias pueden ser controladas mediante la inteligencia y la voluntad, es decir, no se imponen al hombre, y son educadas por éste mediante los hábitos. Por ello el aprendizaje en el ser humano tiene un cometido radicalmente distinto y supe­rior al que pueda tener en cualquier animal, e incluso se puede afirmar que despla­za al instinto.

De este modo, cuando el hombre justifica sus actuaciones afirmando que se comporta «instintivamente» —cuestión imposible—, denota un cercenamiento de sus posibilidades y revela un empobrecimiento del ser humano. Con otras palabras, realiza un aprendizaje negativo10, «patología» que jamás afecta al animal.

6. La devaluación del ser humano
Llegados a este punto resulta pertinente profundizar en determinados modos de actuación del hombre. En ocasiones, tales actuaciones guardan una semejanza mayor con el comportamiento animal que con lo que debería ser una conducta pro­piamente humana. El hombre es un ser susceptible de malograr sus talentos, de modo que, a la larga, deteriora su naturaleza y merma sus aptitudes.

Tal menoscabo de las posibilidades del obrar humano muestra el reduccionismo que venimos anunciando [denunciando] así como la raíz de un tipo de conducta —hasta cierto punto generalizado en la situación actual— al que pocas veces nos atrevemos a llamar por su nombre. Es decir, con frecuencia bajo el pretexto de un «pretendido» cambio de valores sin más, se esconde una devaluación real del ser humano.

7. Consecuencias de un modo de actuar empobrecido
Para finalizar, se mostrará algunas manifestaciones del comportamiento humano que revelan el empobrecimiento de su ser. En su exposición se hará referencia a las dife­rencias, antes mencionadas, entre el comportamiento animal y la conducta humana.

A) Respecto al medio en el que el animal está inmerso —sólo capta los estímu­los en cuanto son relevantes para su conservación—, habría que señalar que el hom­bre a pesar de estar potencialmente abierto a todo lo real, de hecho, en ocasiones, reduce sus intereses hasta el punto de que únicamente percibe aquellos estímulos que se relacionan con la satisfacción de sus necesidades básicas.

Por ello, uno de los temas más importantes en la educación es abrir el horizon­te cognoscitivo, despertar intereses, descubrir a la persona que por naturaleza es capaz de prestar atención incluso a lo que nunca influirá en su comportamiento. Es preciso incidir en lo que J. A. Marina llama inteligencia creadora, el hombre inven­ta fines y posibilidades porque su mirar es un mirar inteligente", un mirar que atiende a la realidad como objeto no en función de su organismo.

Gran reto es mostrar al hombre que no es un ser aislado, su naturaleza está con­figurada de tal modo que necesita de los demás para desarrollar una vida propia­mente humana y para alcanzar realmente su plenitud. Es decir, su carácter social le lleva a no poder prescindir de los demás, a contar con ellos, con sus logros y con sus fracasos, consiguiendo así un enriquecimiento mutuo.

Gracias a su inteligencia el hombre es capaz de unificar intereses propios y aje­nos, de modo que se incrementa continuamente un acervo cultural del que se bene­ficia y que a su vez transmite.

B) Desde esta perspectiva se entiende que la capacidad de restringir su campo de percepción a lo que está directamente relacionado con su organismo ahora, supone empobrecerse como hombre, puesto que su ser no es sólo material, cuenta con unas facultades espirituales que van más allá, que son capaces de trascender su situación biológica concreta. En consecuencia, mientras al animal le corresponde un bienestar exclusivamente material, al ser humano le resulta insuficiente. Por tanto, la calidad de vida en el hombre no puede valorarse únicamente en términos de comodidad y confort porque sería estimar en poco la función de sus facultades superiores.

El animal mediante la estimativa valora todo aquello que conoce según sea conveniente o nocivo; en el hombre la valoración se realiza con la cogitativa que aun realizando funciones semejantes a la estimativa, se diferencia de ésta por la conexión que tiene con las funciones intelectivas. Difícilmente se puede precisar cuándo actúa la cogitativa y en qué momento comienza el uso de la inteligencia. Con palabras de Marina «lo innovador es que el hombre pueda regir su comporta­miento por valores pensados, y no sólo por valores sentidos»12.

En estas coordenadas se entiende que el hombre es capaz de captar otros valo­res —lo verdadero, lo bello, lo trascendente, ...— más allá del beneficio o perjui­cio orgánico; otro modo de proceder supone subestimar sus posibilidades: «el hom­bre establece el orden de sus intereses, tiene cierto control sobre sus preferencias».

Al educar es preciso mostrar el empobrecimiento que se esconde en los modos reductivos de vivir, pues la grandeza del ser humano es precisamente poder llegar a conocer la totalidad de lo real en sí mismo.

Además, la capacidad de adaptación en el hombre no es algo dado, es fruto de su actividad racional y le permite modificar las condiciones del entorno en lugar de estar limitado por éstas. La superioridad del hombre en este punto se pone de relie­ve también en el hecho de que el animal se esfuerza exclusivamente cuando el esfuerzo es necesario para su supervivencia; en cambio, el hombre es capaz de afrontar dificultades y desafiar obstáculos que surjan ante fines que él mismo se ha propuesto, arriesgando incluso su propia vida. En este sentido, conviene hacer hin­capié en esta capacidad de esforzarse por voluntad propia que sólo posee el hom­bre, pues con frecuencia se tiende a desistir de objetivos propuestos al encontrarse ante problemas en su consecución.

Hay que educar por tanto no centrándose en el esfuerzo en sí mismo —como ejercicio de la voluntad—, sino en la atractividad de los fines que relega la fatiga a un segundo plano. La solución se encuentra en proponer fines que realmente sean concordes con el perfeccionamiento humano, con el crecimiento del hombre en cuanto hombre. De este modo el hombre sabe sobrellevar el esfuerzo que su conse­cución comporta.

Por ello, la educación no ha de reducirse a un conjunto de imposiciones. Se debe lograr que sea cada uno quien haga suyo —porque lo asume como un bien— aquello que se le dice o hacia donde se le orienta. De un modo semejante en el ámbito empresarial se afirma que «dirigir no es imponer sino lograr que el otro haga lo que yo quiero pero queriéndolo él».

C) La acción del hombre es libre, en cada actuación humana está presente un motivo. Por ello, el hombre es capaz —como hemos visto— de trascender el momento presente y proponerse metas, tiene la posibilidad de orientar su conducta porque es dueño de ella. Así, mientras al animal le sobrevienen el futuro sin más, el hombre tiene un porvenir. Es decir, el futuro no le viene dado en su totalidad sino que depende en parte de sus decisiones, puede elegir porque no está condicionado: inventa posibilidades y fines. Se somete al tiempo por su dimensión corporal pero vence al tiempo.

El hombre cuenta con la razón para buscar alternativas, y puede hacer uso de la prudencia para acertar en cada situación concreta. El hombre, a diferencia del ani­mal está en manos de sí mismo, por eso, en muchas ocasiones se asusta ante la posi­bilidad del fracaso. En cambio, en el animal no cabe esta posibilidad.

En este sentido, se establece la distinción entre vida biológica —que también poseen los animales—, y vida biográfica^ exclusiva de cada hombres y propia — peculiar— de cada individuo. A la luz de estas consideraciones surge la necesidad de una educación personalizada, en la que se cuente con las capacidades y dificul­tades de cada sujeto. Una educación que enseñe a gestionar —personalmente— la realidad. Es preciso colaborar para que cada uno se forme un proyecto en razón del cual oriente su conducta y sus objetivos, un proyecto que suponga un crecimiento en cuanto hombre. La solución se encuentra en perder el miedo a la libertad cons­cientes de que la capacidad de rectificar también es propia de la condición huma­na. porque se sabe hacer uso de ella. Hay que mantener la mirada en la meta que se quiere alcanzar, y contar con que lo verdaderamente humano es la capacidad de recomenzar una empresa hasta lograr alcanzarlo.

NOTAS
' Las operaciones inmanentes son aquellas que el ser vivo efectúa por sí mismo y cuyo resultado o efecto redunda en su propio perfeccionamiento.
2 La posibilidad de autorrealización es también algo exclusivo de los seres vivos. La autorreali-zación es un proceso a través del cual el ser vivo tiende hacia su propia plenitud o desarrollo.
3 vicente, J. - choza, J.: Filosofía del hombre, Rialp, Madrid 1993.
4 Por ejemplo en: el bipedismo que facilita al ser humano tener las manos libres, la configuración de las manos: instrumento inespecífico, el rostro...
5 Algunos antropólogos contemporáneos se refieren a tres tipos de mediación cognoscitiva: la mediación del los sentidos externos, la mediación de los sentidos internos [en algunos animales] y la mediación del conocimiento intelectual, Cfr. J., uexküll, y A., gehlen.
6 Cfr. uexkoll, J. v. y k.riszat, G.: Streifezüge durch die Umweiten von Tieren und Menschen. Stuttgart, 1972,pp. 10-11.
7 scheler, M.: El puesto del hombre en el cosmos, Madrid 1936, pp. 52-70.
8 Cfr. vicente-choza: Filosofía del hombre, pp. 208-215.
9 Cfr. id., p. 218 ss.
10 Entiendo por aprendizaje negativo aquel tipo de aprendizaje exclusivo del ser humano median­te el cual el individuo en lugar de mejorar empeora.
" marina, J. A.: Teoría de la inteligencia creadora. Anagrama, Barcelona 1993, pp. 24 ss.
12 Íd., p. 95.
13 Cfr. choza, J.: La supresión del pudor, signo de nuestro tiempo y otros ensayos, EUNSA, Pam­plona 1980,pp. 103-6.